Seguir el camino de la cruz – Pastor David Jang


1. Jesús, quien nos mostró el ejemplo de la humildad y el servicio

El episodio en que Jesús lava los pies de sus discípulos está claramente descrito en Juan 13:12-17. Especialmente en los versículos 14-15, el Señor declara: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Esta escena, comúnmente llamada “el lavamiento de los pies”, nos brinda una profunda lección espiritual al explorar la razón y el significado del acto de Jesús al lavar los pies de sus discípulos.

Jesús es el Creador de todas las cosas, nuestro Salvador y el Hijo eterno de Dios, digno de toda honra y gloria. Sin embargo, Él sirvió a sus discípulos lavándoles los pies, revelando así una verdad más profunda que una simple enseñanza moral. En el contexto cultural de la época, la gente caminaba por caminos polvorientos, sin pavimentar, y antes de comer era costumbre recibir de un siervo o esclavo el servicio de lavarse los pies. Pero, aunque los discípulos se hallaban en la posición de servir directamente al Señor, fue Jesús quien, en un acto paradójico, lavó sus pies. Aquel que era el más alto se rebajó al lugar más bajo, destacando de manera contundente la esencia de Su humildad y servicio.

En varias de sus predicaciones, el pastor David Jang enfatiza: “Cuando verdaderamente nos humillamos ante Dios, el servicio fluye de manera natural”. La humildad a la que él se refiere no es un simple “autodesprecio”, sino una actitud activa de vaciar nuestras propias pretensiones ante la voluntad de Dios y amar al prójimo, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. La humillación de Jesús no se traduce en considerarse a sí mismo sin valor ni en compadecerse de sí mismo, sino en el hecho de que Aquel que es el más valioso no reclamó Sus derechos, mostrando así la grandeza del amor de Dios.

Podríamos llamar a la acción de Jesús “humildad divina”. Está estrechamente ligada al evento de la encarnación, cuando dejó la gloria del cielo para hacerse hombre. Filipenses 2:6-8 presenta a Jesús como “en forma de Dios”, quien se despojó de sí mismo tomando forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, humillándose hasta la muerte. El lavamiento de los pies en Juan 13 es una manifestación concreta de esta humildad divina. Jesús no renunció a Su divinidad, sino que, por medio de un “vaciamiento voluntario”, nos mostró el ejemplo que debemos imitar.

Uno de los aspectos especiales del servicio de Jesús es que estuvo dirigido a los discípulos, quienes, pese a haber presenciado innumerables milagros y enseñanzas, seguían expuestos a ambiciones humanas y disputas. Antes de la detención de Jesús, según Lucas 22:24 y siguientes, los discípulos discutían sobre quién de ellos sería el mayor. Aún no eran maduros y no comprendían totalmente el corazón del Señor. Sin embargo, Jesús les lavó los pies de todos modos. Esta escena refleja el gran amor de Dios por quienes siguen siendo frágiles e inmaduros.

A menudo, el pastor David Jang usa este pasaje como ejemplo y exhorta: “También nosotros, con el corazón de Jesús, debemos estar dispuestos a servir incluso a aquellos que nos traicionan o nos malinterpretan”. Servir no se basa en que la otra persona “merezca” el servicio, sino en la “mirada de Dios que concede valor” a cada individuo. Es decir, nuestro servicio se fundamenta en la gracia, no en condiciones previas. Independientemente de la actitud de la otra persona, si se trata de seguir la humillación de Jesús, debemos estar dispuestos a lavar sus pies sin vacilar.

El lavamiento de los pies no es importante solo como acto literal, sino por la actitud y el corazón que revela. Jesús dice: “Vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros”. Este mandato trasciende la acción de limpiar con agua los pies de alguien, e implica practicar el servicio en todos los ámbitos de nuestra vida. En aquella cultura, lavar los pies era deber de un siervo, así que Jesús se colocó a Sí mismo en la posición de un esclavo. Por lo tanto, quienes creemos en Jesús debemos practicar la humildad y el servicio de manera constante en la vida diaria, ocupando los lugares más bajos para bendecir a los demás.

El servicio tiene el poder de quebrantar nuestro “egoísmo”. Por naturaleza, el ser humano tiende a velar primero por sus propios intereses. El “viejo hombre” del que habla la Biblia procura exaltarse a sí mismo sin cesar. Pero el Señor nos advierte que “quien desee verdaderamente ser exaltado, debe humillarse”. Estas palabras confrontan de frente la lógica del mundo, pero en el reino de Dios funciona esa “paradoja”. Si uno quiere alcanzar lo más alto, en el reino de Dios debe dirigirse a lo más bajo.

El pastor David Jang a menudo enseña que “humillarse es el atajo hacia el crecimiento espiritual”. Con el ejemplo del lavamiento de los pies, enfatiza que la humildad y el servicio son un método poderoso para resolver conflictos dentro de la iglesia. Muchos pleitos surgen de la creencia de que uno tiene la razón o está en una posición superior. Sin embargo, cuando adoptamos una actitud de servicio mutuo, se produce la reconciliación y la unidad genuinas. Tal como Jesús lavó los pies de sus discípulos, también nosotros debemos tener la disposición de lavar los “pies sucios” de otros, recibirlos con amor y limpiar hasta el polvo del camino que han recorrido.

Entonces, ¿cómo podemos poner en práctica la humildad y el servicio de forma concreta? Primero, debemos contemplar el ejemplo de Jesús. El mero fervor religioso o el autocontrol moral difícilmente nos llevarán a la humildad absoluta que Jesús demostró. La verdadera humildad solo es posible al meditar en el amor de la cruz y, con la ayuda del Espíritu Santo, asimilar el corazón de Cristo. Además, necesitamos determinación para humillarnos y servir, incluso en situaciones que no entendemos o en las que creemos salir perdiendo, siempre que esa sea la voluntad del Señor.

El lavamiento de los pies también tiene la connotación de “purificación”. Al lavar los pies de Sus discípulos, Jesús simbolizó la limpieza. Cuando Pedro inicialmente se rehusó y luego pidió que lavara no solo sus pies, sino también sus manos y su cabeza, Jesús le respondió que quien está ya limpio, solo necesita lavarse los pies (véase Jn 13:9-10). Esto representa la necesidad de que incluso quienes han nacido de nuevo sigan recibiendo la gracia purificadora del Señor para la suciedad del día a día. Es decir, lavar los pies unos a otros implica también orar para purificarnos mutuamente, edificarnos en el amor y permanecer en la comunión de los santos.

En muchos de sus mensajes, el pastor David Jang subraya que “cuando nos lavamos los pies los unos a los otros, debemos cubrir y perdonar incluso la debilidad y la pecaminosidad del otro, y ayudarle a levantarse”. Así, la comunidad eclesial y la vida de los creyentes se convierten en un espacio donde se reparte la “gracia de la purificación”. Toda esta humillación y servicio tienen como fundamento el amor mostrado en la cruz de Jesús. Al recordar el amor incondicional de Dios mostrado en el Calvario, podemos despojarnos de nuestro ego y hallar la fuerza para servir a nuestro prójimo.

A lo largo de la historia, incontables cristianos han visto en Juan 13 un modelo de humildad y servicio. En los movimientos monásticos, en movimientos de laicos y en diversos avivamientos espirituales surgidos a lo largo de los siglos, el mensaje central ha sido “imitemos la humildad de Jesús”. Y este mandato sigue vigente en el siglo XXI. Nuestra sociedad actual promueve la autoexaltación y la competencia feroz, y es cada vez más individualista. Sin embargo, el Señor sigue diciéndonos: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Debemos atesorar esta palabra y vivirla.

En conclusión, Jesús nos mostró que el reino de Dios llega a través de la humildad y el servicio, y esa es la senda del verdadero discípulo. Al contemplar al Señor, quien renunció a la gloria celestial y se rebajó hasta lo más ínfimo por amor a nosotros, comprendemos la profunda dimensión del amor divino. Y la orden de “lavaos los pies los unos a los otros” no se refiere meramente a un acto de servicio externo, sino que exige humildad genuina en lo más profundo de nuestro ser. Como ha enfatizado el pastor David Jang en repetidas ocasiones, cuando esta actitud de servicio se recupera en el seno de la iglesia y en nuestras relaciones cotidianas, brota un verdadero avivamiento, y cada creyente experimenta crecimiento espiritual. Que podamos grabar esta verdad en nuestro corazón y ser cristianos que practican la humildad y el servicio siguiendo el ejemplo de Jesús.


2. Llevaos los unos las cargas: el camino para cumplir la Ley de Cristo

En Gálatas 6:2, Pablo nos instruye: “Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Esta “ley de Cristo” es la ley del amor (véase Ro 13:10). El nuevo mandamiento que Jesús nos dio de “amaros los unos a los otros” se identifica con la ley de Cristo. El acto de lavar los pies de los discípulos es la manifestación más tangible de esta ley. “Llevaos los unos las cargas” significa, en la vida diaria, compartir las dificultades y los dolores de los demás, y su esencia es el servicio y la solidaridad.

En Juan 13, Jesús nos muestra la humildad para servir. En Gálatas, Pablo describe el servicio como “llevar las cargas los unos de los otros”. Esas cargas representan el peso de la vida de cada persona, incluidos el pecado, la tristeza, las dificultades financieras, las enfermedades físicas y los conflictos espirituales. Pablo nos enseña que no debemos cargar con todo ello en soledad, sino que en la comunidad cristiana lo compartamos. En la sociedad individualista de hoy, esto puede resultar incómodo o costoso, pero si seguimos las enseñanzas de Jesús, al orar y amarnos mutuamente, la gracia de Cristo fluye como en un solo cuerpo.

En muchos de sus mensajes, particularmente los que destacan la importancia de la comunidad eclesial, el pastor David Jang recalca: “Dios no quiere que vivamos solos. Él desea que formemos una comunidad que lleve las cargas juntos y practique el amor”. La gente suele preocuparse solo por sus propios problemas o ignorar los de los demás, pero según la ley de Cristo, debemos renunciar a la actitud egoísta y tomar parte en el dolor de nuestro prójimo. Aunque cargar con los problemas de otros sea laborioso, justamente eso nos hace madurar y fortalece a la comunidad.

La exhortación de “llevaos los unos las cargas” parte del hecho de que existen “cargas”. La iglesia no es un grupo de personas perfectas, sino una congregación de personas con pecado, heridas y carencias que se reúnen por la gracia de Dios. Por ello, cada individuo soporta algún tipo de carga difícil de manejar. Algunos luchan con problemas familiares, otros con la salud, otros con la pobreza o con batallas internas. Estas cargas pueden superar nuestra capacidad. Pero cuando el amor auténtico se practica en la iglesia, podemos orar unos por otros, ofrecer ayuda práctica y llorar y reír juntos. Así, nadie queda obligado a llevar su peso solo, y cumplimos el mandamiento de Cristo.

¿Cómo podemos llevar concretamente las cargas de los demás? Primero, debemos esforzarnos por conocer su situación y circunstancias. Incluso en la iglesia, si somos indiferentes, no sabremos quién sufre o atraviesa dificultades. Mantener buenas relaciones y comunicación es esencial para cargar con el peso del otro. Segundo, debemos buscar la manera de compartir realmente esa carga. Puede ser a través de la oración, la ayuda económica, la consolación o simplemente ofreciendo una escucha atenta. Tercero, debemos entender que, en este proceso, también nosotros crecemos espiritualmente. Llevar las cargas de los demás no es sencillo, pero ese es el camino del servicio que Jesús demostró, y en él nos parecemos más a nuestro Señor.

Cuando predica sobre Gálatas 6:2, el pastor David Jang subraya que “la ley de Cristo” no consiste solo en un conocimiento teórico o en una empatía superficial, sino que exige acción concreta. Así como Jesús lavó los pies de sus discípulos y dijo “también vosotros debéis hacer lo mismo”, Pablo nos exhorta a actuar con responsabilidad y amor mutuo. Muchas veces, cuando pensamos en servir en la iglesia, imaginamos participar en el culto o en eventos, o evangelizar. Sin duda, todo esto es valioso. Pero el servicio más elemental es el “amor que nace en la relación personal”. Cuando alguien está al borde del abismo, un gesto sencillo para sostenerlo, o una palabra de aliento y una oración pueden ser la prueba más auténtica de “llevar la carga del otro”. Esto es precisamente lo que el pastor David Jang define como la “verdadera imagen de la iglesia”. Una comunidad que se lleva las cargas unos a otros puede que no sea vistosa en lo externo, pero en su interior fluye un profundo vínculo espiritual y el amor de Dios.

Desde otra perspectiva, llevar las cargas de los demás también implica el perdón y la tolerancia. Todos somos pecadores y podemos cometer errores. Sin embargo, si no hay disposición a perdonar y soportar las faltas ajenas, la iglesia se divide y las tensiones se intensifican. Pero si seguimos la enseñanza de Jesús de perdonar hasta setenta veces siete, la iglesia se convierte en una comunidad de misericordia y amor verdaderos. Hablar de perdón no significa justificar el pecado, sino cubrir con la sangre de Cristo todas nuestras iniquidades y debilidades, así como lavar los pies sucios de la otra persona. De la misma forma, en la iglesia debemos orar para que las faltas y debilidades se purifiquen con la sangre de Jesús y, con amor, acoger a los hermanos.

“El verdadero esplendor de la iglesia se manifiesta cuando se vive el ‘llevaos los unos las cargas’”, afirma repetidamente el pastor David Jang. La iglesia no obtiene respeto en el mundo por edificios majestuosos o por su capacidad organizativa, sino por la práctica del servicio y del amor. Pablo habla de que la ley de Cristo es la plenitud de la ley, y cumplirla consiste en seguir el ejemplo de Jesús. Cristo llevó en la cruz la carga de nuestro pecado. De igual modo, cargando las cargas de los demás con el corazón de Jesús, podemos revelar el amor de la cruz al mundo.

Para que “llevaos los unos las cargas” sea más que un concepto y se traduzca en nuestro día a día, necesitamos examinar cómo vivimos en la iglesia, el hogar, el trabajo y la sociedad. ¿Cuánto nos esforzamos por aliviar la carga de los demás? A veces, al oír que alguien pasa por un mal momento, solo decimos: “Oraré por ti”, pero no damos ningún paso real ni mostramos preocupación sincera. El amor no consiste en meras palabras, sino en actos. Cuando practicamos gestos sencillos de ayuda y cada uno se convierte en “un colaborador que comparte la carga de Cristo” para el otro, se construye una verdadera comunidad y se enciende la luz del Evangelio.

Además, llevar la carga de otro implica la actitud de reconciliación y perdón. Todos podemos caer y equivocarnos. Sin la apertura para comprender y perdonar en la iglesia, surgen rápidamente divisiones y crece el conflicto. Pero si vivimos la enseñanza de Jesús, que nos manda perdonar aun a nuestros enemigos, las disputas en la iglesia pueden resolverse con el amor de la cruz. Perdonar no es aprobar el pecado o la injusticia, sino dejar que la sangre de Jesús los cubra. Así como lavamos los pies que están sucios, podemos orar para que la sangre de Cristo limpie los pecados y debilidades de nuestros hermanos, y cultivemos un corazón que los reciba con amor.

El pastor David Jang recalca que “la verdadera gloria de la iglesia se manifiesta en esa práctica de llevar las cargas los unos de los otros”. El mundo respeta a la iglesia no por su ostentación, sino por su amor y su servicio. Gálatas 6:2 describe la ley de Cristo como el culmen de la ley, y este amor es el camino que Jesús mismo recorrió. Él cargó con nuestro pecado en la cruz. Así pues, nosotros, con el mismo corazón de Jesús, estamos llamados a llevar juntos nuestras cargas para manifestar el amor de la cruz al mundo.

“Llevaos los unos las cargas” debe penetrar nuestras vidas de manera tangible. En la iglesia, en el hogar, en el trabajo y en la sociedad, debemos reflexionar: ¿Intento aliviar la carga de aquellos que sufren? ¿O permanezco indiferente ante el sufrimiento ajeno? ¿Solamente digo “oraré por ti” sin mostrar un interés sincero ni prestar ayuda concreta? El amor se prueba con acciones. Al actuar en lo más mínimo, al compartir las cargas, la comunidad cristiana adquiere solidez y, así, damos testimonio vivo del Señor a nuestro alrededor.

El lavamiento de pies relatado en Juan 13 se enlaza con Gálatas 6. La humillación y el servicio (lavar los pies) constituyen la forma concreta de llevar el “peso” de otro. El pastor David Jang lo describe como “ser las manos y los pies de Jesús para los demás”. El amor es vida, no teoría; así, cuando los creyentes cargan mutuamente con sus aflicciones, se aman y se sirven, dan un testimonio poderoso de Jesús. Y con esto cumplimos la ley de Cristo y alcanzamos la plenitud del amor.

Este estilo de vida, en el que se llevan mutuamente las cargas, a primera vista parece agotador. Sin embargo, trae un mayor gozo y una gracia más profunda. Como seres humanos, no podemos enfrentar solos nuestros problemas más pesados, pero dentro de la comunidad donde se lleva las cargas de los demás, el peso se aligera y la fuerza de la oración se multiplica, permitiéndonos experimentar la obra de Dios de manera sorprendente. Así, podemos testificar vivamente la presencia de Dios. Una iglesia que vive el amor de Cristo compartiendo sus cargas se convierte en una roca firme que no se tambalea ante ninguna circunstancia externa.


3. El camino de la cruz y la vida del verdadero discípulo

En Juan 13:16-17, Jesús declara: “De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, dichosos seréis si las hacéis”. Tras lavar los pies a sus discípulos, Jesús, a quien ellos llaman “Señor” y “Maestro”, les ordena servir también de la misma manera. Además, añade: “Si sabéis esto y lo hacéis, seréis dichosos”. Es decir, la verdadera felicidad surge al transitar el camino que Él mismo recorrió, el camino de la cruz.

El camino de la cruz es un camino doloroso y difícil, pero también es el camino de la victoria definitiva que derrota al pecado y la muerte. Jesús nos dio el perdón y la vida eterna al morir en la cruz, y abrió la senda de la vida con Su resurrección. Sin embargo, Él no se detuvo en cargar solo Su cruz, sino que invitó a Sus discípulos a tomar cada uno su cruz y seguirlo (véase Mt 16:24). Ser un verdadero discípulo implica una vida “cruciforme”, marcada por el sufrimiento y la muerte al yo, para así experimentar la resurrección y el gozo en Cristo.

El pastor David Jang advierte con frecuencia: “En el instante en que dejamos de mirar la cruz, nuestra fe sucumbe fácilmente a los deseos mundanos y al orgullo humano”. La cruz expone a fondo nuestra naturaleza pecaminosa y egoísta. Delante de la cruz, ningún ser humano puede jactarse; solo la obra de Jesús brilla. Así que vivir como verdaderos discípulos implica volver continuamente a la cruz, para derribar nuestro ego y practicar la humildad y el servicio que Jesús nos enseñó.

Incluso durante la Última Cena, los discípulos discutían sobre quién entre ellos era el mayor. Este es un comportamiento sumamente humano. También nosotros, en la vida cotidiana, caemos en constantes comparaciones, queremos sobresalir y buscamos la comodidad. Pero el camino de la cruz nos hace avanzar en la dirección contraria. Aquel que era supremo se rebajó, el Rey adoptó la forma de siervo, el Inocente se puso en el lugar del culpable y padeció. Nosotros confesamos a ese Jesús como “Señor” y lo seguimos. Por ende, llevar nuestra cruz como discípulos conlleva renunciar al yo, servir al prójimo y, aunque se presenten adversidades, aceptarlas con gozo.

Las enseñanzas de Juan 13 y Gálatas 6 sobre lavar los pies y llevar las cargas confluyen en el llamado a caminar en la senda de la cruz. Esa senda consiste en humillarse y servir, tomando sobre nosotros nuestra propia cruz. Jesús no explicó esto solo con palabras, sino que lo ejemplificó. Y dijo: “Si sabéis esto y lo hacéis, seréis dichosos”. La “bendición” que se menciona aquí no es un bienestar pasajero o meramente material, sino la paz y la alegría eternas que se hallan en el reino de Dios, formando parte de la salvación consumada.

El pastor David Jang en sus otras predicaciones enfatiza: “No hay camino a la gloria de la resurrección sin atravesar el sufrimiento de la cruz”. Jesús no escapó al sufrimiento, sino que lo abrazó en obediencia al plan del Padre (cf. Mt 26:39). Asimismo, como discípulos, debemos dar prioridad a la voluntad de Dios sobre la nuestra. Viviendo de esta manera, experimentaremos el genuino gozo de la resurrección. Por eso, un creyente verdadero debería llevar siempre en su interior el espíritu de la Cuaresma. La Cuaresma nos invita a reflexionar en los padecimientos de Jesús, a confesar nuestra soberbia y pecaminosidad, y a arrodillarnos con humildad ante la cruz. Pero esta actitud no se limita solo a la temporada de Cuaresma; debe permear toda nuestra existencia.

Al seguir el camino de la cruz, ¿qué cambios concretos se producen en nuestra vida? Primero, en nosotros brota el “fruto del amor”. Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros” y, en Gálatas 5, Pablo subraya que el primer fruto del Espíritu es el amor. Al permanecer al pie de la cruz, el Espíritu Santo nos transforma, disipando nuestro egoísmo e inundándonos con el amor de Jesús. Segundo, se suscita “perdón y reconciliación”. En la cruz, Jesús clamó por el perdón de quienes lo crucificaron (Lc 23:34). El discípulo que anda en la senda de la cruz se esfuerza por amar incluso a sus enemigos y, dentro y fuera de la iglesia, trabaja por resolver los conflictos con el amor de Cristo.

Tercero, emerge la “consagración y obediencia”. Jesús conocía la dureza de la cruz, pero cumplió el plan del Padre hasta el fin. Del mismo modo, el verdadero discípulo busca la voluntad de Dios por encima de su propia conveniencia y está atento a la voz del Espíritu Santo, preguntando: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Cuarto, se incorpora a nuestro carácter la “humildad y el servicio” como una costumbre diaria. La cruz nos mantiene alertas. Incluso si realizamos labores importantes en la iglesia, recordamos que solo Cristo debe ser exaltado y no nosotros.

A través de este proceso, vivimos la “verdadera vida del discipulado”. En cada reprensión de Jesús a Sus discípulos, se destaca el mandato de no quedarnos en lo que oímos, sino de practicarlo. Por mucho que sepamos de la Biblia, escuchemos sermones o nos conmovamos con la alabanza, todo queda en vano si no elegimos verdaderamente el camino de la cruz en la vida real.

El pastor David Jang describe en sus sermones que “el camino de Jesús no es de ‘suma’, sino de ‘resta’”. El mundo nos impulsa a acumular más y perseguir el éxito, pero Jesús eligió despojarse, vaciarse y sacrificarse. Vivir esa paradoja es el llamado a la vida cruciforme. Aunque está en contradicción con los valores terrenales, en ese sendero encontramos la compañía de Jesús y la promesa de una verdadera alegría y gloria.

Por eso, la afirmación de Jesús de que “el siervo no es mayor que su señor” (Jn 13:16) nos recuerda que no podemos estar por encima ni aparte de su voluntad. Somos siervos de Jesús y llevamos el encargo que Él nos encomendó. Así que no tenemos la opción de escoger un camino diferente. Únicamente recorriendo el camino de la cruz experimentaremos la verdadera bienaventuranza. Pero de manera paradójica, es un camino de humildad, servicio, sufrimiento y sacrificio que conduce a la “semejanza con Cristo” y, por ende, a una bendición infinita.

En innumerables ocasiones, el pastor David Jang ha predicado que “quienes en la tierra cargan con la cruz serán quienes disfruten de la gloria en el reino celestial”. Así han caminado los padres de la fe, los mártires y tantos testigos de la historia eclesial. Con sus vidas, cruzaron todo tipo de persecuciones y dificultades, pero la fuerza del Evangelio persistió. En la actualidad, si no abandonamos este sendero, la iglesia seguirá manifestando la gloria de Dios y siendo luz y sal en el mundo.

Es normal que, al recorrer el camino de la cruz, surjan dudas o desesperanza. Podemos preguntarnos: “¿Por qué solo encuentro sufrimiento?”, “¿Por qué la aflicción no disminuye?”, “¿Por qué, aunque haga lo bueno, el mundo no me reconoce?”. Pero al recordar lo que Jesús ya vivió, descubrimos que ese camino es el de la vida misma. Después de la cruz vino la resurrección, y después de la muerte, la victoria de la vida eterna. Quienes siguen a Jesús también gozarán de esa gloria de la resurrección. Fijamos la mirada en aquella gloria y soportamos las pruebas presentes, pues tienen un valor eterno.

En definitiva, Juan 13:12-17, Gálatas 6:2 y el camino de la cruz se unifican en un mismo mensaje: la humildad (lavamiento de los pies) y el servicio, el llevar las cargas mutuas y la senda de la cruz son el testimonio de la vida cristiana auténtica. El pastor David Jang lo llama “el núcleo que los cristianos no debemos perder”, y sostiene que la razón de ser de la iglesia es atesorar la esencia del Evangelio y exhibirla al mundo. Aun cuando la iglesia afronta numerosos retos hoy día, si perseveramos en este fundamento —rebajarnos, servir, llevar las cargas y tomar la cruz— seremos la luz y la sal de la tierra, dando gloria a Dios.

Resumiendo estas enseñanzas:

  1. Jesús, siendo el más excelso, lavó los pies de sus discípulos, mostrándonos así la humildad y el servicio.
  2. Debemos llevar las cargas los unos de los otros, cumpliendo el mandamiento de Cristo y edificando a la iglesia para que el mundo conozca el amor de Dios.
  3. El camino de la cruz es arduo, pero es el sendero donde el verdadero discípulo halla gozo al compartir la gloria de la resurrección. Esta es la bendición a la que se refiere Jesús al afirmar: “Si sabéis estas cosas y las hacéis, dichosos seréis”.

Si confesamos que Jesús es nuestro Señor y Maestro, debemos traducir Su vida en hechos, no quedarnos en el conocimiento. El lavamiento de pies nos recuerda la mano humilde de Cristo, por lo que ahora debemos preguntarnos quién de nuestro entorno pasa necesidad y procurar lavarle los pies. Esto implica llevar las cargas de quienes sufren, orar por ellos y, si es necesario, ofrecer ayuda material, emocional y espiritual. Ante la cruz, abandonemos nuestras ambiciones egoístas y vivamos el servicio al estilo de Jesús. De este modo, como recalca el pastor David Jang, experimentaremos la “verdadera gloria que proviene de la humildad y el servicio”, y la iglesia se convertirá en un testimonio vivo del camino del Señor.

En última instancia, las palabras de Jesús a Sus discípulos: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn 13:15) y la orden “Llevad los unos las cargas de los otros” (Gá 6:2) apuntan a la misma realidad: servir y amar en la humildad que brota de la cruz. Juan nos recuerda además que Jesús amó “hasta el fin”, entregándose en la cruz por otros. Al meditar en ese amor de la cruz, debemos amar también nosotros “hasta el fin”, lavarnos los pies unos a otros y compartir mutuamente nuestras cargas. Esa es la senda del verdadero discípulo y la misión que el pastor David Jang enfatiza para todo creyente en Cristo. Sigamos en ese camino y disfrutemos de la gloria de la resurrección junto a nuestro Señor. ¡Que seamos ese pueblo bienaventurado!

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